Ignacio de Loyola (Loyola, España, 1491 – Roma, 1556) fue un militar y religioso español, fundador de los Jesuítas. Líder carismático y devoto de la Iglesia Católica.
Ignacio de Loyola se inició pronto en las armas castellanas. Cuando contaba con 30 años de edad, le hirieron de gravedad en una batalla. Durante su convalecencia leyó ávidamente libros religiosos, que lo llevaron a adoptar una vida santa y a hacer voto de pobreza.
Ignacio de Loyola acabaría dedicándose por completo a la vida religiosa, a hacer buenas obras y a la labor social. Publicó algunas obras importantes como Los Ejercicios Espirituales, que dieron a conocer su pensamiento al mundo entero.
Frases célebres de Ignacio de Loyola
¿De qué te sirve ganar el mundo, si al final pierdes tu alma?
El primer preámbulo es la historia.
Para aquellos que creen, ninguna prueba es necesaria. Para aquellos que no creen, ninguna cantidad de pruebas es suficiente.
¡Jesús, por nada del mundo te dejaría!
El examen de conciencia es siempre el mejor medio para cuidar bien el alma.
Alcanza la excelencia y compártela.
Dios proveerá lo que le parezca mejor.
Cuanto más nuestra alma se despegue de las cosas, más cerca estará de nuestro Creador.
Quien evita la tentación evita el pecado.
Jesús, sé mi guía, condúceme.
El amor se ha de poner más en las obras que en las palabras.
Tomad, Señor y recibid toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad. Vos me lo disteis; a vos Señor, lo torno. Disponed a toda vuestra voluntad y dadme amor y gracia, que esto me basta, sin que os pida otra cosa.
Hay que procurar conservar la amistad y benevolencia de los que gobiernan y ganar a las personas de autoridad con humildad, modestia y buenos oficios.
¡No merezco, Señor, cuanto recibo!
En tiempo de desolación nunca hacer mudanza.
¿Qué queréis, Señor, de mí?
Reza como si todo dependiera de Dios. Trabaja como si todo dependiera de ti.
¡Cuán vil me parece la tierra cuando miro al cielo!
No tener moderación muchas veces es causa de que el bien se convierta en mal y la virtud en vicio.
La renuncia de la voluntad propia vale más que resucitar a los muertos.